Con tantos cambios de la economía es imposible no pensar en que, en algún momento, podemos necesitar un préstamo: plata que nos desembale en una temporada de vacas flacas.
–¿Veci, no tiene más sencillo?– Te dice el taxista, mientras te devuelve ese billete de cincuenta en una cuadra sin tiendas, sin señor de los aguacates, sin nadie que ostente o demuestre sencillo, a la una de la mañana.
Les vamos a contar una historia real de terror… Para proteger la identidad de quien nos la contó, le cambiamos el nombre a la persona por «A». Eso sí, ¡ojo! Porque te puede pasar a ti también.
Crecer implica cosas complejas, como que sufras más por amor, que te dejen de regalar juguetes en Navidad y cumpleaños, que eventualmente te independices y abandones el Hotel Mamá, que lácteos y fritos te empiecen a caer pesado, o que te tengas que preocupar por deberes cívicos como declarar renta.
Escribir es siempre escribir para alguien. Cuando empezó Metidas de Plata, nos imaginábamos nuestros lectores como jóvenes arrancando o en la mitad de los 20.